Gabriel fue prematuro, cuando nació se fue en un paro cardíaco y
lo tuvieron que operar de corazón abierto. Él no puede ver, caminar,
hablar o hacer las cosas que un niño de 14 años hace normalmente. No sé lo que
es gritarle porque tomo algo del cuarto sin permiso, no sé lo que es el
enseñarle a correr bicicleta o llevarlo a algún parque a jugar, no sé lo que es
el mandarlo a callar porque no baja la voz, no sé lo que es el que venga a mi
cama en las noches a decirme que quiere dormir conmigo, no, no sé lo que es.
Si pudiera dar mi vida para poder verlo correr, jugar con otros
niños o gritarme que me ama la daría sin pensarlo. Porque aunque sé que me ama,
nada me gustaría más que escucharlo decir “Natalia, te amo”
A pesar de todo, nada me desanima ya que tengo el privilegio de
poder hacerlo reír, puedo acostarme en la cama y hablarle por horas sobre lo
horrible o lo maravilloso que fue mi día, puedo ponerle la música tan alta
hasta el punto que se emocione tanto y comience a gritar conmigo, puedo estar
con él.
Él es mi guerrero, mi alborotoso, mi ángel y siempre será mi niño
por la eternidad. Sé que debido a su situación me veo obligada a estar
preparada para el día en que su risa no sea la melodía en mi hogar y la
realidad es que no lo estoy. Desearía que estuviera conmigo el resto de mis
días pero cuando ese día llegue, lo recordare en sus momentos más alegres, tal
y como él era. Un Gabriel feliz, alborotoso y hermoso.
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