Enamorarte
de mí es como enamorarte del mar; te cautiva desde el primer momento en que lo
ves. Al principio observas el panorama, el agua, el cielo, los animales, las
personas alrededor. Una ligera sonrisa se te escapa al sentir la necesidad de
quitarte los zapatos para experimentar el primer contacto físico. Se sentirá
extraño, la arena podrá ser caliente, en cambio, tu curiosidad aumenta al
preguntarte ¿Cómo será en lo más profundo del agua? Alzas la vista, miras
perplejo el paisaje; las nubes y los pájaros juegan revoloteando haciendo juego
con mis olas. Te gusta, la excitación cada vez es más, sientes que es momento,
quieres sumergirte en mis aguas y sin rodeos, saltas al agua dejándote sumiso
ante mí. Danzas conmigo a los compás del vaivén, algo te distrae. Miras con
demasiada atención el interior de mis aguas, de mí ser. Fijas la mirada en un
abismó oscuro que se le ve a lo lejos, te aproximas a él, comienzas a sentirte
perdido, cautivo, sin rumbo. Sales a la superficie, ya es casi de noche. Te
sientas en mi regazo a contemplar la puesta del sol y ahí, en ese preciso
momento, te das cuenta que acabas de enamorarte algo vivo, algo inmenso; algo
que será tuyo pero solo por minutos.
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