viernes, 31 de julio de 2015

Locura guardada en pinceladas.


Vivía en un laberinto. Un laberinto localizado al final de la nada, al comienzo de todo. Donde un largo sendero se volvía mil caminos y todos con un poco de él. El atardecer en aquel lugar era algo mágico, era cuando todo hacia silencio para apreciar las cosas nuevas que surgían. Lluvias de colores en las tardes y cálidas voces en el viento recorrían por doquier dándole vida a cosas obsoletas; olvidadas. Un régimen dirigido por un creador, un maestro, un artista. Aquel paraíso era habitado exclusivamente por él y sus senderos y así permaneció durante diecinueve años. Cierto verano al despertar me topé con una nota sobre el borde de la mesa, la tome sorprendida y me aproxime a leerla.

“Mi dulce niña

Has estado junto a mí para saber lo inestable que suelo ser muchas veces y aun así te has quedado a mi lado. Nadie había hecho eso jamás y por eso te he elegido para que permanezcas conmigo el resto de mis días y para probártelo te daré todo el acceso que desees al descabellado laberinto que llevo dentro de mí. Quiero que seas la única persona que lo habite.

                                                                                              Te amare siempre.”


            Y ese fue el momento donde supe que lo estaba viendo totalmente desnudo aun así que no estaba frente a mí, aun así que traía su ropa. Fue en aquella carta donde me dejo el boleto para entrar en su vida por completo. 

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