7:15, viernes.
Era un viernes usual, llegue a su
casa a eso de las 7:15; el cielo tenía pinceladas grises acompañado de una que
otra estrella extraviada. Mientras observaba detenidamente, él se asoma por el
balcón haciéndome un gesto de “entra” así que eso hice. Al entrar vi que en la
sala no había nadie:
- ¿Dónde
están tus padres? Le pregunte confundida
- Salieron
a visitar a mi abuela.
Entre en su cuarto, el cual es
demasiado espacioso para una sola persona. En las paredes cuelgan sus pinturas
o algunas fotos de nosotros, en la esquina esta su computadora con los papeles
compulsivamente organizados. Esta su cama con algunos cojines y un viejo y
horrible sofá color amarillo. Como de costumbre deje mis zapatos al lado de la
puerta, las ventanas estaban todas cerradas, lo único que le daba ventilación
al cuarto era un viejo abanico en el piso así que encendí el aire
acondicionado. Fui de camino hacia la puerta y me detuve justo frente al
espejo, parecía una demente. Tenía unos pantalones cortos color crema con una camiseta
negra la cual tenía un pequeño bordado de flores. Me encontraba frente a mi
doble tratando de ver si me veía suficiente para el cuándo siento su mirada,
penetrando en mi piel así que sonrió al instante.
-¿Qué se supone que haces?
- Tratando de no verme gorda
Él se queda callado y al cabo de
varios minutos se va y cierra la puerta. Y ahí me encontraba yo, en el cuarto
de mi novio, el que fue bendecido con tanta paciencia que podía llenar una tapa
de botella. Molesta, fui a apagar la luz y me tire en su cama, pensando en que
sucedería después cuando el sonido de la ducha me trajo de vuelta a la realidad
así que decidí arroparme y tratar de dormirme.
8:20, viernes.
El sonido de la puerta me despierta,
busco mi teléfono y son las 8:20. Sigo dormida y algo confundida así que no
logro ver dónde está el así que permanezco acostada intentando sin conseguirlo
despertar. La cama se baja y sé que él se sentó así que me levanto y encuentro
su cara.
-¿Por qué no me dijiste que te ibas a
bañar?
- Estabas ocupada pensando en babosadas, en cambio, yo necesitaba un
tiempo para pensarte detenidamente. – comenzó a acariciarme el rostro y
continuo- ¿Acaso no entiendes que no tienes que ser flaca para que te desee? No
te das cuenta, pero te deseo cada momento que te veo, cada vez que te tengo
quisiera poder hacer estas cosas. Intente preguntar qué cosas pero su boca me
lo impidió. Comenzó a besarme lento, como si hubiésemos tenido toda la noche
para besarnos, como si sus padres jamás fueran a llegar. Seguido de un vals de
caricias buscando más allá de mi ropa, comenzó a quitármela despacio,
como si estuviera escribiendo una historia. Lo tenía desnudo frente a mí, era
mío y por ese lapso de tiempo podía hacer lo que quisiera con él. Podía besar
cada centímetro de su cuerpo, acariciarlo en las partes que quisiera con la
velocidad que quisiera, sentía como se hundía en mi cuerpo, como su respiración
se iba cortando, como íbamos perdiendo la cordura hasta estallar.
11:54, casi sábado.
Yacíamos uno encima del otro, sin movernos,
despeinados, sudados, saboreando el fulgor que brotaban nuestros cuerpos. Podía
sentir su corazón latir, entrelazaba su pelo entre mis dedos preguntándome que
sería de mis noches grises sin él. No podía parar de mirarlo, porque sabía que
era el con quien quería pasar el resto de mis días, quería dejarle saber que lo
iba a amar hasta que el cielo deje de dar espectáculos en las tardes, hasta que
cada rincón del océano sea explorado, hasta que mi corazón este seco. Y aun
así, lo amaría desenfrenadamente
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